Una campaña colectiva
Para nuestro Pueblo, para los trabajadores, para la militancia social de nuestro país, el camino hacia una Constituyente Social es un desafío, una tarea y una fiesta. Un desafío porque nos estamos convocando a protagonizar una experiencia política nueva en la Argentina, y queremos hacerlo recuperando lo mejor de nosotros, en el pasado, el presente y el futuro. Una tarea, porque este sistema le ha puesto un certificado de defunción al planeta, a la vida y a los pueblos. Cada día que nos retrasamos en construir la unidad popular lo pagamos con la muerte de nuestros chicos y la ida anticipada de nuestros viejos.
Pero este camino también es una fiesta, porque es cierto que no hay nada más alegre e impredecible que un pueblo construyendo su poder y sus capacidades. Un trabajo feliz, que nos está integrando, que nos está mezclando, que nos constituye. Una Constituyente Social.
Pero... ¿cómo hacerla? No hay recetas. A lo largo de estos años, nos hemos hecho expertos en resistir, en sobrevivir, en lograr triunfos sectoriales muy importantes. Contra todos los pronósticos, contra el miedo que nos metió la Dictadura, contra la traición y contra la avanzada neoliberal de los 90, el campo popular está vivo. Vivo, atento y esperando. Porque falta mucho. Porque sabemos que hay tres cosas que aún no pudimos recuperar para nosotros, para nuestro Pueblo.
Ni la distribución de la riqueza que necesitamos para terminar con el hambre y desarrollarnos, ni el proyecto ni las formas de hacer política que nos expresen institucionalmente, ni el control comunitario sobre los recursos naturales, el medio ambiente y el hábitat. Y sin esas tres cosas, todos nuestros derechos sociales están amenazados y vulnerados. No pudimos garantizarlos hasta hoy, y eso nos muestra que, para cambiar, el camino no es repetir viejos esquemas; que no se trata de escribir un “petitorio gigante” y sumar “adhesiones”. Se trata de construir un nuevo Movimiento Político, Social y Cultural que recupere la Argentina para los argentinos.
¿Cómo avanzar? ¿Cómo hacerlo para que lleguemos todos juntos? ¿Cuáles son los errores que no debiéramos cometer y los elementos que sí tenemos que fortalecer? ¿Con quién, en dónde? La militancia social, sindical, la de los pueblos originarios, los jóvenes, los chicos, la de género, los artistas, los comunicadores, los educadores, los científicos, las pequeñas y medianas empresas, el activismo partidario, los trabajadores barriales, las nuevas y viejas organizaciones... ¿cómo protagonizamos esta etapa nueva en la historia del Movimiento Popular en la Argentina?
Estamos compartiendo visiones e inquietudes, estamos caminando juntos, para hacernos estas preguntas entre todos y, sobretodo, para empezar a responderlas colectivamente, con paciencia, con fuerza y con buen humor.
Tres cosas hay en la vida
Distribución de la Riqueza, Soberanía y Democracia son cuestiones que trabajan en la base de cualquiera de nuestros derechos sociales y humanos. Cuando no están resueltos, todo lo que hacemos se vuelve un parche superficial, y le dejamos el campo libre al hambre y el autoritarismo que el capitalismo impone disfrazado de gobernabilidad institucionalizada. Pero, ¿qué características debe tener el desarrollo político que efectivamente garantice que estos temas se resuelvan a favor de los sectores populares, en la sociedad y en el Estado?
La Distribución de la Riqueza: el cascabel y el Gato
La inequidad en la distribución de la riqueza es un crimen planificado que el capitalismo impone en todo el planeta. Cuarenta millones de personas mueren al año por hambre (40 mil chicos por día), mientras tres mil millones de seres humanos viven en la pobreza y mil millones en la indigencia, en el marco de una globalización planificada económicamente que causó diez veces más muertes que la Segunda guerra mundial. Un poblador promedio de un país rico de Europa o Estados Unidos consume cuatrocientas veces más por día que lo que consume un ciudadano de un pais pobre. Y no por falta de recursos; sobran alimentos y riqueza, lo que no se logra es una justa y racional distribución de lo que se produce.
En la Argentina no nos quedamos atrás en la inequidad y cuando supuestamente la economía del país crece, la diferencia entre ricos y pobres es cada vez mayor. La copa no derrama nunca por sí sola. Aunque en los últimos años la masa de ingresos se expandió en $9.426,5 millones, el 50% se concentra prácticamente en el 20% de la población de mayores ingresos.
Dicho de otro modo, en lo que va de los cinco años de crecimiento, de cada $100 que se generaron en los últimos años por el proceso de crecimiento económico, el 30% más rico se quedó con $62,5, restando $37,5 a ser repartidos por el 70% restante de la población. Queda muy claro cuál es la “pauta distributiva” de la sociedad, máxime cuando se considera que el 40% más pobre captó apenas $12,8 y el 30% de los sectores medios explican los restante $24,7 restantes. Por si fuera poco esta injusta distribución también se refleja en los modos de recaudación; el IVA (que pagamos todos por igual) representa el 40% de la recaudación, mientras las ganancias solo el 20%.
Con esta distribución de la riqueza, cualquier “política social” cumple el rol de un “hospital de campaña” en el medio de una guerra, en la que cada vez llegan más heridos. Y de esos pobres, la mayoría son chicos y jóvenes. Por el paco, por el desempleo, por la precarización, por la violencia. No hay política seria sin otra distribución de la riqueza; no hay desarrollo posible, ni generación de empleo consistente. Sin embargo, ¿cuál es la experiencia política que tiene que poder ubicar este problema en su verdadera dimensión? Únicamente la que surja de un compromiso de toda la sociedad para terminar con el invento del hambre en la Argentina, que le ponga límites a la voracidad de la cúpula empresaria dominante y desate un proceso de desarrollo que tenga a la gente adentro.
Soberanía: ¿de quién es la Argentina?
Del mismo modo, la contaminación de las napas de agua en barrios y ciudades, la depredación de los recursos energéticos y minerales, la extranjerización y privatización del patrimonio público (incluyendo a la tierra y a la capacidad de producción de alimentos) nos hacen sentir que nuestro país está tomado; que la Argentina es el nombre de un montón de negocios privados que hipotecan el futuro de generaciones enteras en función de una rentabilidad insaciable y globalizada. El hábitat, el medio ambiente y nuestros recursos naturales son un derecho comunitario y público antes que un negocio empresarial. El proceso político que es urgente abrir en la Argentina también tiene que posibilitar la creación de un poder social que le devuelva a la comunidad trabajadora sus derechos sobre la tierra y sobre lo que ella produce, que se reconcilie con la naturaleza, el planeta y la vida desde un proyecto integral y sustentable, que haga de los barrios, los pueblos y los parajes el escenario de un destino común y un futuro previsible para nuestros pibes, con un Estado popular y una sociedad que proyecta un vida en común con Latinoamérica y el mundo. Eso no lo hace un salvador o una organización meramente “institucional”. Lo hace un nuevo Movimiento Político, Social y cultural.
Democracia:
¿cómo es eso de que el Pueblo “no delibera ni gobierna” sino cuando delega en otro?
Una justa distribución de la riqueza y un ejercicio cotidiano de soberanía popular sobre los recursos naturales, el medio ambiente y el hábitat sólo son posibles en el marco de una transformación estructural en los modos de hacer política. Se trata de impulsar un proceso integral de Democracia Participativa, en la que los ciudadanos, las organizaciones sociales y todas las representaciones sociales estemos articulados en una nueva institucionalidad. Un modo de entender lo público, lo comunitario y lo estatal que supere la cultura de la delegación y promueva el compromiso cotidiano de los ciudadanos en la construcción del destino común, y no solamente en la elección de candidatos institucionales y partidarios.
En nuestro continente, en especial a partir del 2001, nuevos procesos de resistencia y creación política se empezaron a vertebrar en torno a la idea de que otro mundo es posible, expresándose en nuevas referencias y conquistas institucionales a lo largo y a lo ancho de América Latina. El último de esos triunfos pudimos disfrutarlo en Paraguay y nos mostró a las claras la presencia de un nuevo tiempo.
La tan mentada “crisis de representación” no se resuelve con el cambio de representantes, sino con un Poder distinto en manos de los representados. Consulta Popular, Presupuesto Participativo, Paritaria Social, son instrumentos creadores de una Democracia real, en la que la comunidad pueda votar todos los días, y sobre los problemas cotidianos, construyendo el poder transformador que históricamente forma parte de nuestra identidad como Pueblo.