Entre el 14 y el 17 de diciembre de 2001 más de tres millones de argentinas y argentinos votaron a favor de un Seguro de Empleo y Formación para los jefes de hogar desocupados, una Asignación auténticamente Universal para todos los pibes del país y una jubilación digna y concreta para los que ya habían entregado su fuerza de trabajo en el mercado formal.
Banderas que todavía tienen vigencia. Una experiencia que se nutrió de una fenomenal movilización social y popular que recorrió la Argentina, en particular, y América latina, en general y que había arrancado a principios del año 2000.
"No era el miedo a los abismos galácticos lo que helaba su alma, sino una más profunda inquietud que brotaba desde el futuro aún por nacer. Pues él había dejado atrás las escalas del tiempo de su origen humano; ahora mientras contemplaba aquella banda de noche sin estrellas, conoció los primeros atisbos de la eternidad que ante él se abría. Recordó luego que nunca estaría solo, y cesó lentamente su pánico. Se restauró en él la nítida percepción del Universo... aunque no lo sabía del todo por sus propios esfuerzos. Cuando necesitara guía en sus primeros y vacilantes pasos, allí estaría ella.
Ante él, como espléndido juguete que ningún Hijo de las Estrellas podría resistir, flotaba el planeta Tierra con todos sus pueblos. El había vuelto a tiempo. Allá abajo, en aquel atestado globo, estarían fulgurando las señales de alarma a través de las pantallas de radar, los grandes telescopios de rastreo estarían escudriñando los cielos... y estaría finalizando la historia, tal como los hombres la conocían. Se dio cuenta que mil kilómetros más abajo se había despertado un soñoliento cargamento de muerte, y estaba moviéndose perezosamente en su órbita. Pues aunque era el amo del mundo, no estaba del todo seguro sobre qué hacer a continuación. Mas ya pensaría en algo”, escribió Arthur Clarke, en el año 1968, en su genial novela “2001: Una odisea espacial”.
Aquel libro generó una película que bajo el rótulo de ciencia ficción todavía se puede ver en algunos canales de cable.
La película y el libro se hicieron clásicos.
Y quedó una marca, 2001.
No fue un año cualquiera.
En la Argentina se cayó a pedazos la ilusión que había despertado la Alianza a través del gobierno de Fernando De La Rúa y Carlos “Chacho” Álvarez.
La mayoría del pueblo había votado la fórmula como un rechazo a cualquier señal de continuidad del menemismo que, en aquellas elecciones de 1999, estaba representado por Eduardo Duhalde y Ramón “Palito” Ortega.
Sin embargo, las esperanzas duraron poco tiempo.
El más emblemático de los ministros de Menem, Domingo Cavallo, el mismo que había nacionalizado las deudas de las grandes empresas en julio de 1982 reinventando la deuda externa–eterna y que luego fuera el impulsor de la convertibilidad, del uno a uno durante los tiempos del riojano; fue llamado por De La Rúa para salvar el barco de su administración.
Vinieron los corralitos, los corralones y la represión feroz con casi cuarenta argentinas y argentinos asesinados por las fuerzas de seguridad nacionales y provinciales en diciembre de aquel año.
Pero las señales arrancaron antes. En el puente que une las hermosas ciudades de Resistencia y Corrientes, en 1999, la Gendarmería mataba en nombre del orden que quería imponer la Alianza.
El estallido de diciembre de 2001 tiene una historia.
Hubo una larga sucesión de hechos sociales y políticos, movilizaciones y cortes de ruta que desembocaron aquellos días donde el subsuelo de la patria volvió a rebelarse en contra de las minorías dominantes. La odisea argentina encontraba en el año 2001 aquel futuro “aún por nacer” del que hablaba Clarke a finales de los años sesenta.
El cambio de gerentes garantizaba la continuidad del modelo. Las máscaras diferentes, sin embargo, ocultaban el mismo rostro: el ajuste para muchos, la fiesta para unos pocos.
Y la consecuencia fue la pobreza desbocada.
Como decía Clarke es su novela: “Se dio cuenta que mil kilómetros más abajo se había despertado un soñoliento cargamento de muerte”.
DesdeTucumán surgieron los ojos más tristes del mundo, según escribió Eduardo Rosenvaig, aquellos ojos de los chiquitos que en el jardín de la república, en el territorio pletórico de azúcar y dulzura, donde alguna vez se declaró la independencia nacional; en ese exacto punto de la geografía y la historia Argentina, los chiquitos tucumanos se morían de hambre ante la desesperación de sus padres, sus familias y decenas de trabajadores de la salud que no podían enfrentar tanta pobreza inventada.
La década del noventa estaba viva.
La desocupación se había multiplicado por cuatro, al igual que las necesidades básicas insatisfechas, esa sigla NBI que también parecía sintetizar un grito, una urgencia, Números Básicos de Injusticia.
Y en forma paralela, la democratización del narcotráfico para convertir a las pibas y pibes en consumidores consumidos.
Las escuelas iban quedando grandes porque las aulas se vaciaban de adolescentes.
En los canales de televisión los ministros y funcionarios repetían la fórmula conocida.
Sumisión al Fondo Monetario Internacional, obediencia debida al imperio y reducción de salarios para los trabajadores, los jubilados y descenso de aportes para la ciencia y la tecnología. La Argentina patas para arriba. La prepotencia de las minorías
Donde los pibes eran los únicos beneficiados, ahora era el lugar donde las chicas y los chicos eran los primeros perjudicados.
Era el país soñado por los titiriteros de guante blanco que impusieron la noche carnívora de la dictadura entre 1976 y 1983.
Por eso es necesario repetir lo escrito por Rodolfo Walsh, en marzo de 1977, cuando escribió en relación al terrorismo de estado, dirigiéndose a la llamada Junta Militar que: “En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar, resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales”.
¿Por qué la democracia política alcanzada después de tanta lucha y tanto dolor no generaba democracia y justicia social para los argentinos?
Esa era la desesperante pregunta que desde el año 2000 atronaba en la conciencia de las mayorías. ¿Por qué las minorías de siempre, los delincuentes de guante blanco, los dueños del poder económico hacían lo que querían con los que son más en estas pampas?
La concentración de riquezas en pocas manos que produjo el menemismo no fue tocada por la Alianza, al contrario, fue profundizada.
La consecuencia, entonces, fue la multiplicación de la pobreza.
Aquellos años finales de los años noventa y los primeros del tercer milenio eran los días de una odisea que parecía no tener fin para las mayorías argentinas.
La esperanza, como suele suceder, vino de la mano de la lucha, de la resistencia.
En esas asambleas en movimiento que fueron los piquetes, miles y miles de desocupadas y desocupados recuperaron la dignidad, esa notoria cuarta dimensión del ser humano que es mucho más que largo, ancho y espesor. Es también esa cuarta dimensión que se alimenta de la ilusión de los viejos, de los padres, de la necesidad de tener un techo, una buena alimentación, una escuela y un preciso servicio de salud para los hijos. La cuarta dimensión del ser humano, la dignidad de saber que la vida es mucho más que empatarle al fin de mes.
Y fueron los piquetes los que recuperaron la dimensión humana de los que fueron expulsados del trabajo durante los años noventa. Porque cuando uno deja de hacer lo que hacía durante años, deja de ser, desaparece como ser social. Y ese ser social volvió de la mano de los piquetes y las asambleas.
Volver a vivir era sinónimo de volver a pelear junto al otro, al compañero, al amigo, al vecino, a la compañera, a los hijos, al abuelo. Miles y miles de argentinas y argentinos pusieron el cuerpo, una vez más, convocados por la urgencia, la necesidad, pero también la conciencia que el país no es la propiedad privada de unos pocos.
Y en medio de ese fenomenal proceso de construcción de una nueva identidad social y política, diversas organizaciones, vertebradas por la Central de Trabajadores Argentinos, parieron el FRENAPO, el Frente Nacional contra la Pobreza. Recuperar un sueño
“Recordó luego que nunca estaría solo, y cesó lentamente su pánico…”, decía Arthur Clarke, en “2001, odisea del espacio”.
Ahora fueron miles los que recordaron que nunca estarían solos.
Que la pobreza era una invención, una construcción política y económica generada por unos pocos.
Que había que juntarse.
Que había que juntar los pedazos de ese sueño colectivo inconcluso que era la memoria argentina.
Que había que buscar la fuerza allí donde estaba, en las provincias cuyas historias todavía buscan un país federal de verdad, más allá de la nació unitaria que parece haberse naturalizado y eternizado.
Porque la historia del FRENAPO es la crónica de la recuperación del sueño colectivo inconcluso que es la Argentina.
Porque a más de doscientos años de la revolución de mayo y luego de los masivos actos que tuvieron lugar en 2010, es preciso preguntarse cuál es el destino del país entonces inventado.
¿En qué libro, en cuál memoria está el misterio de lo que llamamos la Argentina?
Una de las respuestas posibles es que el gran enigma reside en una poesía.
En la letra del Himno Nacional.
Allí donde se asegura que se vivirá con gloria cuando en el trono de la vida cotidiana esté la noble igualdad.
Y hoy, en la vida cotidiana, la noble igualdad pierde por goleada. Porque los que concentran la riqueza en pocas manos facturan miles de dólares por minuto, mientras millones de jubilados y trabajadores ni siquiera llegan a los 500 dólares cada treinta días. He allí la tarea pendiente.
Construir la noble igualdad en la realidad concreta de las mayorías argentinas.
Pero el FRENAPO no pudo ser posible sin la existencia de la Central de Trabajadores Argentinos, la CTA, que el 17 de noviembre de 2011 cumple su primera década de existencia.
Uno de los referentes de la CTA, Víctor De Gennaro, llegó a decir que el FRENAPO fue la máxima expresión popular en la defensiva y que los días posteriores de diciembre de 2001 comenzó una ofensiva que todavía hoy continúa de distintas maneras.
La Consulta Popular del FRENAPO parece estar latente en varias urgencias del presente.
Shock redistributivo
Bajo la consigna de “Ningún hogar pobre en la Argentina”, durante los días 14, 15, 16 y 17 de diciembre de 2001, el FRENAPO, luego de haber caminado el país desde adentro hacia la Capital Federal, logró que 3.106.681 argentinos y argentinas votaran.
Una epopeya.
Por afuera de los sistemas dominantes de la comunicación hegemónica y por afuera de los medios oficiales, más de tres millones de personas le dijeron que si al seguro de empleo y formación de 380 pesos para los jefes o jefas de hogar desocupados; a la asignación universal de 60 pesos por hijo menor de 18 años para todos los trabajadores; y a la asignación universal de 150 pesos para personas en edad jubilatoria sin cobertura previsional.
Fue en pleno 2001, después de 35 meses de recesión ininterrumpida; con 14 millones de pobres; 7 millones de personas con problemas de empleo; un clarísimo estado de desindustrialización; quiebra de decenas de miles de pequeñas y medianas empresas, urbanas y rurales y una marcada parálisis del mercado interno.
Pero esos más de tres millones de votos no habían surgido de un repollo.
Fue la consecuencia de miles y miles de asambleas, reuniones, piquetes, paros, documentos y marchas a lo largo y ancho de la fantástica geografía argentina.
Que tuvo su más clara demostración el día de la primavera de 2001, cuando siete columnas que comenzaron su andar en distintos puntos del país, convergieron en Capital Federal en la mítica Plaza de la Victoria, en la Plaza de Mayo.
Miles y miles de compañeras y compañeros iniciaron aquella marcha desde Puerto Iguazú, en Misiones; Clorinda, en Formosa; La Quiaca, en Jujuy; San Miguel de Tucumán; San Rafael y San Juan; Bariloche y Cutral Có; y desde la austral Ushuaia, para terminar en Capital Federal.
Allí el FRENAPO mostró la necesidad de una nueva herramienta política y social de transformación que terminara con los gerentes del ajuste y los profetas de la resignación permanente.
Allí el FRENAPO se constituyó en una postal viviente del sueño colectivo inconcluso del pueblo argentino, la lucha por la igualdad, por la riqueza como derecho de todos y no como propiedad privada de unos pocos.
De esas marchas, de aquellos piquetes, de aquellas resistencias, hablan los renglones que siguen.
Porque de la odisea del pueblo argentino de 2001 al presente, la esperanza sigue latente y, está como siempre, anidando en el corazón de los que son más.
Artículo publicado en el Periódico de la CTA N° 82, correspondiente al mes de noviembre de 2011
Por Carlos del Frade